Carles Boix

26-J: el bloqueo español

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26-J: el bloqueig espanyol

Más allá de la mera contabilidad electoral (determinar qué partido avanzará en votos y escaños), las elecciones españolas se presentan como un asunto de consecuencias poco relevantes desde un punto de vista macroeconómico. Europa marca los grandes ejes de la política económica y España pinta muy poco en su formulación. La política monetaria la monopoliza el Banco Central Europeo (BCE). La política fiscal tiene que seguir las normas de equilibrio presupuestario que Alemania exigió a cambio de sustituir el Bundesbank por el BCE. El derecho de competencia lo determina Bruselas.

Encorsetado por Europa, el estado español se limita a cumplir las reglas de juego, eso sí, haciendo dos trampas: jugando con las expectativas de crecimiento para minimizar ligeramente el ajuste que todavía tiene que hacer, y forzando a las comunidades autónomas a absorber toda la reducción del déficit. El resultado ha sido la caída del gasto social (la mayor parte administrada por las autonomías) y, atizado por un gobierno central irresponsable, la exacerbación del conflicto territorial.

Los políticos españoles no parecen tener ni la imaginación ni la capacidad para transformar, bloquear o dinamitar la política económica hecha en Europa. Consideremos la siguiente paradoja: España combina una de las tasas de paro más altas de Europa con la máxima quietud política y social. Es posible que esta paz social se deba al estado de bienestar, a redes familiares potentes y al hecho de que una gran parte del ajuste ha recaído sobre los inmigrantes. Lo cierto, sin embargo, es que los movimientos contra el statu quo han cogido fuerza sólo en otros países: desde la izquierda, en Islandia y Grecia; desde la derecha, en Francia (Le Pen), Estados Unidos (Trump) y, recientemente, Austria.

El PP afronta las elecciones satisfecho por la situación actual. Rajoy ha neutralizado las corrientes internas que lo quieren descabalgar, ha esquivado los efectos electorales del escándalo de la corrupción, y le falta poco para noquear a Pedro Sánchez. Cuando el secretario general del PSOE caiga, el PSOE, dirigido por Susana Díaz, se convertirá definitivamente en un partido regional, una especie de lobi del sur español con el único objetivo de mantener el sistema de transferencias interterritoriales actuales. El PSOE dejará de poder construir un programa socialdemócrata clásico, centrado en combinar crecimiento y redistribución, y no podrá penetrar en las clases medias urbanas que habían permitido gobernar a González y Zapatero. Sin un centroizquierda tradicional, el PP tendrá vía libre para consolidar su estrategia política: uso de la Constitución (este texto superelástico aprobado en 1978) para recentralizar; protección de los intereses de las grandes empresas españolas (paraestatales o privadas reguladas) y de los grandes cuerpos del estado; pensiones generosas para su electorado (bastante envejecido), y transferencias del Mediterráneo al sur (para mantener la quietud española).

Alguien inventó Ciudadanos a escala española para minimizar la victoria de la izquierda. La ironía del 20-D fue que, debido al sistema electoral español, que penaliza la fragmentación, C's se convirtió en el primer obstáculo para tener un gobierno del PP. Ahora, quemada la opción de la coalición con el PSOE y con el PP liderando las encuestas, el partido de Rivera sólo puede aspirar, como mucho, a ser el apéndice de Rajoy o a ir de comparsa en una gran coalición. En todo caso, el problema de C’s es más profundo. Su hipernacionalismo le impide ver que las reformas hipotéticas que defiende (flexibilidad laboral y tecnocratisme en la gestión pública) excluyen la reforma realmente esencial: desmantelar el sistema de financiación autonómica actual alineando recaudación y gastos en cada autonomía; romper la cultura del subsidio en el sur peninsular, y acabar con el estatismo que ha practicado la derecha española desde el Calvo Sotelo de la época de la dictadura de Primo de Rivera.

Hace un par de años los dirigentes de Podemos parecían dispuestos a cuestionar el consenso europeo. Pero la crisis griega (y su resolución) los domesticó. Con la política económica en manos de Europa y una vez abandonado el radicalismo de otros momentos, su margen de maniobra parece muy estrecho. Y esto lo compensan con un simbolismo republicano al estilo Zapatero y con una promesa (poco firme) de referéndum que los convierte en el partido de la periferia mediterránea pero que les impide absorber al PSOE.

¿Y Cataluña? Recordemos que si no ha habido gobierno en España es porque los soberanistas catalanes han mantenido la condición del referéndum para pactar la investidura de un candidato. Si la independencia (y no el peix al cove) es el objetivo, la única alternativa es mantener y ampliar esta estrategia de bloqueo. Teniendo en cuenta que la desconfianza entre ERC y CDC hace que una gran coalición de partidos soberanistas sea imposible, la solución óptima para maximizar el voto del sí sería una lista unitaria formada por el mundo civil (como la que ya propuse en julio de 2015 para el 27 -S). Desafortunadamente, esto tampoco pasará y es posible que por este camino se pierda una parte del aliento del 27-S.

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