Marc Murtra

El increíble objetivo cambiante

3 min
Parlament de Catalunya en una imatge d'arxiu / PERE VIRGILI

Redefinir el pasado para adecuar el presente es un clásico de la política. El protagonista de 1984, una de las grandes novelas políticas de todos los tiempos, lo lleva al límite en su trabajo en el ministerio de la Verdad. Su tarea es reescribir documentos históricos, libros y ejemplares de periódicos antiguos para asegurar que la historia y los hechos confirmen las proclamas y la línea del partido dictatorial que gobierna su país, Oceanía.

En 1999 la columnista Maureen Dowd ganó el premio Pulitzer por describir con extraordinaria gracia cómo Bill Clinton se defendió hábilmente del escándalo Monica Lewinski redefiniendo el significado lingüístico de acto sexual retroactivamente, para transformar así su mentira en verdad. Un sofisticado ejemplo de cómo redefinir lo que uno ha dicho en el pasado para acomodar el presente.

En 2002 George W. Bush generó un enorme déficit fiscal, cuando había prometido repetidamente un superávit global. Lo justificó diciendo que había prometido un superávit gubernamental siempre que no hubiera una recesión, una guerra o una emergencia nacional. Como los EE.UU. post ataque a las Torres Gemelas sufrían las tres cosas, lo pudo remachar asegurando que el país había sufrido un trifecta (en las carreras de caballos, acertar el orden de los tres primeros clasificados). Ahora bien, se trataba de una hábil manipulación: nunca había condicionado su postura pro superávit, ni en campaña ni en el programa de gobierno (NYT, 6-8-2002).

En 2003 el presidente Rodríguez Zapatero hizo una promesa: "Apoyaré la reforma del Estatuto de Cataluña que apruebe el Parlamento de Cataluña" (13-11-2003). Después precisó que se refería a un Estatuto plenamente constitucional.

En Cataluña estamos viviendo un auge de este utilizado fenómeno. Está muy vinculado al proceso independentista: constantemente se están redefiniendo los objetivos políticos del proceso una vez no han sido alcanzados, para poder asegurar así que sí se han alcanzado. Quedaría encuadrado en aquel dicho de autor desconocido: "Si no tienes éxito, redefine éxito".

Podemos observar cómo las elecciones del 27 de septiembre primero eran unas elecciones plebiscitarias para sustituir un referéndum prohibido. Cuando las opciones políticas explícitamente independentistas no logran una mayoría clara, se redefine lo que significa victoria. La nueva definición funciona así: si bien las opciones explícitamente independentistas alcanzaron el 47,2% de los votos, eso son más votos que los no independentistas, ya que en la lista Cataluña Sí que es Pot hay independentistas, como el propio cabeza de lista, Lluís Rabell. Si uno replica que muchos votantes de Junts pel Sí no son realmente independentistas... ya hemos aceptado el cambio de lógica y ya no hay derrota.

La noche del 27 de septiembre se anuncia que el Parlament, en virtud de su mayoría, iniciará un proceso de desconexión con España. Ante la resistencia que genera en una sociedad democrática sacar adelante una desconexión sin una mayoría incontestable, el proceso de desconexión pasó a ser el proceso de preparación de la independencia (Carles Puigdemont, TV3, 14-1-16).

El presidente Mas fue de número 4 en la lista de Junts pel Sí -"El acuerdo no dice explícitamente que el presidente será Mas" (Raül Romeva, Europa Press, 23-7-15)- para luego forzar hasta el límite su candidatura porque si no "el proceso encallará" (Parlamento, 9-11-15) para finalmente dejar paso a Carles Puigdemont.

De derecho a decidir de Cataluña a "Iremos a Madrid a pactar la independencia, porque les conviene" (Francesc Homs, 6-11-15).

También encontramos variantes, como redefinir el presente para huir del pasado. Ante la acumulación de indicios, pruebas, investigaciones y confesiones sobre la extensa corrupción existente en Convergència Democràtica, el presidente Mas anuncia un nuevo partido para un nuevo país. Pero nuestro país no es nuevo, sigue siendo Cataluña. Además, Democràcia i Llibertat es sencillamente Convergència Democràtica con un nuevo nombre.

Estos artificios son habituales en muchos países, pero una intensidad tan aguda resta calidad al debate democrático y no es ejemplo de virtud política. Para tener un debate político que se corresponda con la complejidad de los problemas que afrontamos no es necesario que seamos independientes.

¿Por qué tenemos esta sobredosis de objetivos cambiantes? Es producto de la correlación de fuerzas en Cataluña. El movimiento independentista es fuerte y basa parte de su fortaleza en la ilusión de llevar a Cataluña a la independencia en los próximos años. Pero como hoy no tiene suficiente fuerza para llevar a Cataluña a la independencia inminente se ve obligado a transformar continuamente sus objetivos de forma retroactiva para evitar mostrar los fracasos. Así pues, mientras la correlación de fuerzas no cambie y la opinión pública no se canse, podemos esperar que esta dinámica continúe durante tiempo.

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