Alba Alfageme

Boko Haram y las niñas bomba

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Rebecca Issac, una de les nenes de Chibok que va aconseguir escapar, plora en un acte de commemoració del segon aniversari del segrest.

"Bring back our girls", este era el lema de la campaña que dio la vuelta al mundo, con la participación de millones de personas, diferentes gobiernos y diversas personalidades destacadas, y en la que se exigía a Boko Haram que liberara a las más de 200 niñas secuestradas en una escuela de Chibok (Nigeria) donde de pronto se detuvo el tiempo como si le hubieran arrancado el alma.

Hoy ya hace dos años de aquel secuestro masivo. La mayor parte de estas niñas siguen desaparecidas y tan sólo unas pocas han podido escapar del infierno en el que el grupo terrorista las ha sometido.

El testimonio de las menores liberadas, junto con informaciones puntuales que han podido aportar otras personas que han huido del terror del grupo extremista, es la única información que ahora se tiene de las niñas perdidas y de las más de 2.000 niñas y mujeres secuestradas por mismo grupo terrorista desde 2012, según diferentes organizaciones humanitarias como Amnistía Internacional.

Según los testimonios de supervivientes que recoge el rotativo The New York Times, las niñas están siendo sometidas a diferentes formas de violencia machista extrema, por lo que se convierten de nuevo en las piezas más vulnerables del tablero de juego de la guerra.

A una gran parte de ellas las han convertido en esclavas sexuales (como ya expliqué en el artículo "El Estado Islámico y la «purificación de los úteros»", publicado el 5 de diciembre en el ARA), lo cual sigue siendo una constante en el alfabeto bélico. Guerreros sedientos que destrozan a sus presas con agresiones constantes a sus cuerpos y violando sus existencias. Vendidas, desaparecidas... niñas otra vez perdidas.

A otras las han obligado a convertirse al islam y posteriormente las han casado a la fuerza. Se trata de una práctica compartida por los diferentes grupos terroristas islámicos que tiene por objetivo conseguir embarazos para poder construir una nueva generación de guerreros que perpetúen su particular yihad. Estos terroristas entienden que a partir de los 8-9 años el cuerpo de las niñas está preparado para tener relaciones sexuales, por lo que las convierten en esposas de hombres que les triplican o cuadruplican la edad y, así, en propiedades humanas, obligadas a vivir una vida de servidumbre doméstica, sexual y emocional.

Y finalmente tenemos a las niñas bomba: aquellas que están siendo entrenadas para la guerra con el objetivo de que se inmolen por la causa. El hecho de que su apariencia no levante sospechas, junto con las vestimentas que llevan, que permiten esconder los explosivos, han hecho que los grupos terroristas vean en las menores la pieza perfecta para cometer atentados.

Reclutadas sin más opción, son obligadas a estudiar una interpretación radical y sesgada del Corán y convertirse al islam, todo ello complementado por una formación disgregada por niveles que bien podríamos llamar la pedagogía del terrorismo suicida.

A medida que se avanza en el adoctrinamiento holístico al que las someten, sus condiciones de vida mejoran en los planes de la privación de alimentos o de la violencia física y sexual, lo que crea un incentivo para ir avanzando en el macabro plan formativo.

Según The Long War Journal, desde junio de 2014 al menos 105 atentados suicidas los han perpetrado mujeres y niñas, y este año ya son 22 los atentados suicidas femeninos.

Alrededor de esta nueva barbarie surgen muchas incógnitas, dada la poca información que se ha podido obtener.

Las niñas son utilizadas como juguetes en manos de uno de los grupos terroristas más mortíferos del mundo, con un destino único: la muerte. Algunas informaciones apuntan a la detonación de bombas en los cuerpos de las niñas de manera remota, otras criaturas parece que no son conscientes de lo que implica la explosión, e incluso en algunos casos se ha descubierto que las niñas actuaban bajo los efectos de drogas.

Con todo, los testimonios de las pocas criaturas que, pidiendo ayuda, han conseguido dejar los explosivos antes de inmolarse han permitido obtener más información del cautiverio extremo que habían sufrido y que las había llevado a convivir diariamente con la idea de la muerte hasta perder toda esperanza de salvarse. Las niñas acaban perdiendo el miedo a la muerte porque, tal como los mismos terroristas repiten de manera mántrica, se convierte en la única salida de ese infierno.

Existencias desnudas, tal como las describió Viktor Frankl, despojadas de todo, y a las que tan sólo les queda lo ya vivido. Sin opciones, probablemente sin esperanza, topan con un vacío existencial que resulta de la falta de sentido de vivir una vida atrapada en aquel cautiverio.

Al final del trayecto se ven sometidas a rituales funerarios que las preparan para el tráfico. La estética de la muerte se manifiesta en sus peinados. Una muerte que ya tuvo lugar el día en que fueron secuestradas.

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